Me observo, estoy en la calle son las 3 am, mis amigos van mucho más adelante.
Y yo estoy sola. Pero me quedo tranquila, con la estúpida idea de que cualquier situación callejera, estará bajo mi control, si soy capaz de dominar mi cabeza y proyectar en el caos, la calma.
El hombre me habla de un teléfono. No entiendo qué quiere. Viene drogado, pero aún con el cuerpo activo.
Allí, no hay cadáver en piloto automático, si no que más bien alguien con hambre.
No de pan.
Yo lo saludo y trato de conversar con él.
Haciendo qué? Bueno, proyectando mi estúpida calma.
El tipo me vuelve a hablar del teléfono. Sigo sin entender, estoy en un país ajeno.
Entonces saca de su bolsillo, una jeringa.
Con aguja.
Y con la posibilidad de que me entierre su aguja, de que compartamos sangre, fluido.
De que me penetre con sus bacterias, virus y demases.
Me aterro. Ya no tengo calma. Tampoco caos, sino que una pasmosidad absurda y ganas de ya salir corriendo.
Pienso que quizás me la podría enterrar. Pienso en lo que significaría para mi tranquilidad mental.
O al menos, esta estabilidad precaria.
Es cierto que me han formateado; es cierto, es peligroso; es cierto, pero querrá enterrármela realmente?
Pienso en lo que voy a hacer, ahora sé que es lo correcto