6.24.2008

El agua no se detiene

"Tanta agua botable, Pique" le dije una vez cuando tenía 2 años.
Esa frase se quedó grabada en su memoria y fue nuestro juego hasta que ella tuvo 86 y yo 27.
Crecimos. Yo avanzo hacia las canas y la dureza de carácter, y tú hacia la vejez y la contemplación
Nos miramos en la mesa del campo. Nos reímos a escondidas de los otros. Me daba risa tu risa porque explotaba. Como uno de verdad debe reírse. Como uno de verdad debería vivir.
Cuando fui chica me cuidaste con mi abuelita en esos veranos que pasé en tu casa. Nunca me dijiste qué tipo de niña tenía que ser. Nunca me retaste.
Tomamos tecito a cucharaditas del vaso compartido con Chencho -tu amigo fiel- y luego jugamos a las cartas.
Carioca o escoba que siempre ganaste.
Los pasillos de la casa de San Carlos te parecían una larga travesía porque en tus bolsillos siempre llevabas algún pedazo de pan. "No hay que pasar hambre", decías. Pero era lo mismo con las casattas y los dulces. Nadie tenía que sufrir el vejamen de las tripas vacías. Por eso todos los que iban a tu casa se llevaban un pollo, vegetales, un frasco de conservas y un saco de algo más. Tú y mi abuelita son las especialistas de mandarlo a uno como ekeko de vuelta a casa.
Te recuerdo de niña que me dabas un poco de miedo. Tenías una voz fuerte y eras capaz de poner en su lugar a cualquiera. Nadie "se te encachaba" porque tu tenías las ideas muy claras. Peligrosamente claras para una mujer del campo nacida en tiempos donde los vestidos sólo veían el mundo desde la cocina.
Tu eras distinta y quizás por eso hiciste tan buena amistad con mi abuelita. No eran tía y sobrina. Eran dos hermanas. Dos arrebatadas. Dos enamoradas. Dos amigas que se acompañaron hasta el último día cuando mi abuela ya presiente tu muerte. Padre y madre. Más que suficientes.
Estoy tan contenta de haber podido compartir contigo y quererte como te quiero. De haber salido al campo y verte saltar los regueros. De haber bailado contigo. De haberte visto disfrutar las cosas simples de la vida. Y más aún de que nos hayamos querido tanto el último tiempo, porque me diste una lección de sencillez maravillosa.
Me acerco a tu cama. Me siento contigo y te pregunto: ¿Pique, que te gustaría que la gente recuerde de ti cuando ya no estés?. Entonces inspiras, me miras a los ojos tan serena y me dices sin dudar: "como una mujer trabajadora y alegre".
Y quién puede siquiera dudar de eso?!
Yo le agregaría como una mujer trabajadora y alegre con la mejor risa del mundo.
Te quiero.

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