2.06.2011

Matt era un niño prodigio porque sus dedos eran rápidos y precisos.
Su destino era claro y se convirtió en el favorito de la profesora de Artes Manuales.
Ella, respondiendo los recortes de felicidad que le daba el niño, no dudó en borrar sus notas en matemáticas y hacerlo pasar de curso.
"Matt, el flash!" gritaban sus compañeros -niños tristes y corrientes- que lo desafiaban -por envidia o por desprecio- a construir animales de papel lustre en tiempo récord.
"Matt, el flash" soñaba consigo mismo. Convertido en superhéroe de papel en la oscuridad de su pieza, soñaba en colores verde, rojo y amarillo.
Y siempre era lo mismo.
Se veía despegando, volando por el aire, con una capa sepia-triste (igual al color de su bufanda escolar). Veía alejarse tras él, el pueblo de gente corriente, que le lanzaba brócolis para evitar que escapara, llevándose el único talento singular de la comunidad. Pero Matt seguía adelante, descubría los países y pensaba "esto es igual a cómo aparece en los mapas". Entonces aceleraba, y de sus talones salía papel picado. Hasta que se cansaba y volvía a la villa donde lo recibían como héroe.
Pero un día, mientras soñaba, Matt no logró volver a casa y vió en el aire que se le quemaban los dedos.
Los niños gritaba "flash flash flash" y encendían las llamas.
Matt estaba sólo.
Luego lluvia de papel para la combustión.

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